Qué bueno que Steven Wilson decidió elegir la música como camino expresivo. Pienso que de otro modo podría haber terminado como asesino serial, o algo peor. Es que es tanto lo que el ex líder de Porcupine Tree -ahora solista- tiene burbujeando en su cabeza que no hay forma de que el resultado no sea otro que el que venimos disfrutando en sus discos y que en Groove pudimos vivenciar durante las últimas tres horas del viernes 25 de mayo.

“La vez pasada toqué también en Groove, ¿no hay otro lugar en Buenos Aires?”, bromeó el eximio músico y productor con su particular sarcasmo inglés que mantuvo como hilo conductor de comunicación con la gente durante todo el show. “Nuestra pantalla gigante del tamaño de un edificio se redujo a la de una estampilla y nuestra sofisticada cortina absolutamente transparente que usamos para la proyección de video es hoy una cortina de baño”, terminó de escupir el autor de “To the Bone” antes de comenzar a jugar con nuestros sentidos. Y claro, el blooper del video que arranca la gira le había dado el pie: “sit back and relax…”, dijo la voz cavernosa del locutor provocando la carcajada general de la gente que ya llevaba una hora de pie y que debería mantenerse así, estoica, durante tres horas más en este reducto dignamente rockero aunque butaca-less.

Pero ojo, porque más allá de sus limitaciones, Groove es un espacio viable para la escena prog (aunque a SW no le gusten las etiquetas y exceda largamente el género) y para los artistas que no tienen la masividad de un teatro o estadio. Resumiendo, nos quedamos una vez más sin cintura pero de todos modos: larga vida a Groove.
En uno de sus largos monólogos (todo en inglés, pero para un público que en su mayoría entiende el idioma) Steven Wilson se declaró admirador de todos aquellos artistas que crean un universo músical propio y puso como ejemplos a David Bowie y Prince, hablando de la coincidencia de sus fallecimientos con la grabación de su último trabajo. Pero en el caso de Wilson la lluvia púrpura se convierte en una corrosiva lluvia ácida que te eriza y te quema la piel. No hay un único tono Wilson en sus discos ni en sus shows. Te lleva y te trae como con correa por estados emocionales tan diversos que, mirando a ese flaquito de ya cincuenta años con pelo de veinte, no podés sacar ninguna otra conclusión: menos mal que decidió dedicarse a la música.

Ya sé, si estás leyendo esto probablemente conozcas de sobra el trabajo del puercoespín, pero si no lo conocés, tendrías que imaginarte a un melodista progresivo con aires sinfónicos, de ánimo melanco-depresivo casi bipolar, complejidad compositiva, variedad climática y neuróticos arranques heavy metal. ¿El whaaat? Sí, todo eso y mucho más.
Descubrí a Porcupine Tree -ya no recuerdo cómo- allá por los tempranos noventa. La banda se había formado en 1987 y mi primer contacto fue un disco llamado Staircase Infinities, que me acercó al sentir psicodélico experimental y -aunque a Steve no le guste- progresivo de este artista destacado básicamente por su unicidad.

“Quisiera creer que también estoy en la categoría de los artistas que trascienden los límites”, se confesó Steve con su público en el barrio porteño de Palermo y acto seguido obtuvo un abrumador consenso que le sacó las dudas, si le quedaba alguna. La montaña rusa de la presentación del psycho killer que ama las Fender Telecaster de los sesenta nos había dado vuelta una y mil veces en piruetas sensoriales -algunas más digeribles, otras menos- que definitivamente separan lo que hace Wilson de cualquier etiqueta o género, y de lo que hacen los demás. Claro que si nos apegamos al virtuosismo de sus músicos en cada solo, a la complejidad compositiva, a la riqueza de climas, planos, texturas y colores, tenemos un Prog Rock del más rico y auténtico. Pero creeme que Steven Wilson va más allá, y también trasciende su propia frontera, colaborando como productor con bandas como Yes, Jethro Tull, Anathema, Opeth o King Crimson, a quien le dedicó también otro rato de humor inglés: “Con esta canción pop logro hacer bailar hasta a los barbudos metálicos que vienen con remeras de Pantera…aunque con los únicos que fracaso es con los fans de edad madura con remeras de King Crimson, que se quedan ahí con cara de enojados y brazos cruzados”.

Para los viejos seguidores como este extasiado cronista, hubo premio con varios temas de Porcupine Tree, con “Arriving Somewhere, But Not Here” y “The Sound of Muzak” como climax. Si hubiera tocado sólo temas de su carrera solista ya habría estado bien, pero los agregados de temas de PT o incluso de Blackfield hicieron el show aún más intenso y opíparo.

Cuando me quedé sin programa de radio a comienzos de los noventa y todavía buscaba espacios, recuerdo que le acerqué a Michel Peyronel -que por entonces gerenciaba una radio chica en Buenos Aires- un demo de un programa con aires prog, y en el demo sonaba Porcupine Tree. Por eso, veinticinco años después me di el gusto de abrirme a la emoción y dejar volar la mente con recuerdos del pasado, presente y también del futuro con una puesta en escena audiovisual que me pedía exactamente eso.
El hombrecito de mente volcánica que exuda arte en todas formas y colores posibles e imposibles y que también ha participado en otros proyectos paralelos como Blackfield o No-Man (¡además de música para videogames!) va cerrando y como para rematarnos conjuga un set acústico en dúo con su tecladista con “Song of Unborn”, un cierre de alto voltaje emotivo con seria carga ideológica que el mismo Steve se encarga de expresar con claras intenciones de compromiso político new age a lo Bono.

Como en Anathema algunos meses atrás, volví a compartir con mi hija un pedazo importante de historia musical y una vez más sentí que la enriquecía, con el placer de ponerla frente a otro artista de la más vívida intensidad. Y si te estás preguntando si hago buen negocio cambiando cintura por arte con sesiones de cuatro horas de pie en Groove, pegame y llamame Marta. Cambio cintura por música ahora mismo y con los ojos cerrados. Si Divididos se ganó el mote de Aplanadora del Rock por su contundencia, esta noche nos pasó por encima un transatlántico que no puede parar de componer, tocar, cantar como los dioses y producir música.

Steven Wilson pasó por Buenos Aires una vez más, por suerte con sus guitarras, su sarcasmo inglés, sus músicos y su locura compositiva y no con el cuchillo de Norman Bates. Afortunadamente estábamos ahí para dejarnos bañar por su corrosiva lluvia ácida de sensaciones. Ojalá nos atrape de nuevo sin paraguas y que no nos suelte más.

Setlist:
Nowhere Now
Pariah
Home Invasion
Regret #9
The Creator Has a Mastertape (Porcupine Tree)
Refuge
People Who Eat Darkness
Ancestral
Arriving Somewhere but Not Here (Porcupine Tree)
Permanating
Song of I
Lazarus (Porcupine Tree song)
Detonation
The Same Asylum as Before
Heartattack in a Layby (Porcupine Tree)
Vermillioncore
Sleep Together (Porcupine Tree)
Blackfield (Blackfield)
Postcard
The Sound of Muzak (Porc
upine Tree)
Song of Unborn

Fotos: Uri Leczycki