arillion es una banda inclasificable e incomparable que desde hace 40 años nos deleita con sus discos. Desde los inicios en el marco de un Rock Progresivo más clásico, no han dejado de evolucionar y modernizar su sonido hasta llegar a Marbles, disco de 2004, considerado por muchos como su mejor álbum de este siglo. De allí en más, con algunos ajustes, la propuesta sonora ha sido similar -con un poco más o menos de experimentación- con puntos altos en canciones como “Gaza”, la suite de canciones de “Essence” (Happiness is the Road vol. 1) y diversos momentos de F.E.A.R. o sus otros discos, pero nunca de forma pareja y compacta. Para eso, probablemente haya que referirse a discos como Marbles o Afraid of Sunlight, consistentes de principio a fin tanto en lo sonoro como en lo compositivo, más allá de que a algunos nos puedan gustar más o menos algunas cosas.

Para la banda, más de 40 años de trayectoria no es algo menor, con todos sus miembros ya habiendo pasado los 60 años, cada nuevo disco es una apuesta -en sus propias palabras- de producir una obra que diga cosas significativas tanto en lo musical como en lo lírico. Con el caso de Sounds That Can’t Be Made y F.E.A.R. esto fue logrado con algunas salvedades, según el caso. Ciertas críticas en lo lírico por su postura y forma de expresarla ("Gaza" o gran parte de F.E.A.R.) y en lo musical (nadie espera una banda que roquee como lo hacían en los ochentas pero desde Marbles a esta parte falta en gran parte de sus discos cierta “energía” que solo fue lograda por momentos), no desanimaron a la banda.

Aún con la gravedad de la pandemia de COVID 19 de por medio, los miembros de Marillion pudieron comenzar el proceso de composición del nuevo disco. La idea original, por lo menos en lo temático, era no referenciar a la crisis sanitaria que azota aún al mundo, pero su presencia se siente de forma muy concreta en gran parte de los temas que componen An Hour Before It’s Dark. ¿Cómo? El paso del tiempo. La pandemia puso sobre la mesa al tiempo, el que pasó, el que nos queda, el que transformó los primeros días de aislamiento en un “Día de la marmota” eterno, el tiempo que marcha inexorablemente pero no avisa. También, el punto de vista de una banda con toda su historia musical y de vida.

Todo esto le dió al álbum una urgencia y una pulsión que, por lo menos musicalmente -por razones e intencionalidades totalmente distintas-, no era sentida desde Radiation o Afraid of Sunlight, álbumes además que podemos definir como “de canciones”. La diferencia está en que, donde Radiation es impulsivo y poco cohesivo, en An Hour Before It’s Dark la propuesta musical motoriza lo dicho por Hogarth y viceversa, formando una unidad en cada canción y entre canciones que no se rompe en ningún momento, más similar a discos como Afraid of Sunlight.

El primer tema es “Be Hard On Yourself”. De tres partes, como varios en el disco, inicia casi tímidamente hasta que irrumpe el Choir Noir (de colaboración destacada en varias canciones), para dar paso a una línea de piano de Mark Kelly llena de dramatismo, a la que se suman Pete Trewavas en bajo e Ian Mosley en batería impulsando rápidamente el tema. Al igual que en F.E.A.R. el tono es épico, pero allí el mismo contexto de observación política ácida y nihilista dotaba a todo el álbum de una depresión floydiana que aquí brilla por su ausencia. Queda claro desde el principio que An Hour... toca temas graves y actuales, pero la perspectiva es más humanista, optimista si se quiere: “tratemos de hacer que esto cambie de alguna manera, pero juntos”. El “Strap in, get ready, foot down, push the button, blow it all up, and be hard on yourself” (Ponete la correa, prepárate, baja el pie, volalo todo y sé duro con vos mismo) de la mano de la maravillosa línea de guitarra de Steve Rothery -una de las tantas del disco-, marca el tono y clima del álbum.

Marillion hablaba hace ya más de 30 años en Seasons End del cambio climático, cuando ya era un tema importante. Si aquel era un llamado de atención donde “quizá no nevará más en Inglaterra”, la actualidad muestra que -por ahora- sigue nevando allí. Pero las cosas no solo no han mejorado sino que han tomado aristas realmente graves de la mano de la sobreexplotación de los recursos naturales, la contaminación y las enfermedades. Steve Hogarth pinta un panorama donde la descripción bella de nuestro mundo choca con la brutalidad del abuso a la que lo sometemos. Esto es claro en la segunda sección de la canción donde Marillion entrega uno de los segmentos más rabiosos y angustiantes de toda su carrera. La última parte del tema vuelve a un terreno más reflexivo, donde “el tiempo que nos queda” marca otro de los temas excluyentes del disco: el que tenemos de vida, el que tenemos como humanidad, el mismo que tiene la banda para entregar un mensaje válido y posible “antes de que termine la canción”, para volver al mismo llamado a despertar, a pintar un cuadro, a jugar, a ser mejor, a dejar una huella “una hora antes de que oscurezca”. Y así la canción finaliza con la delicada línea melódica con la que comenzó.

El segundo tema “Reprogram the Gene” mantiene el tono rockero y urgente, con una melodía sugerente sobre la que Steve Hogarth canta sobre programarse y re-programarse de formas posibles e imposibles, con una cierta rabia que oscila irónicamente entre la consigna de tipo slogan y la expresión frontal de una necesidad de cambio y nuevamente de “despertar para ser mejor” y tener un mejor lugar para vivir.

Steve Rothery nuevamente destaca y lleva la canción para lugares insospechados, en una suerte de estribillo épico de “rock de estadios” que nunca termina de realizarse hasta la última sección del tema, donde Hogarth se pregunta de forma ¿optimista? si hay una cura para nosotros, para finalizar cantando que “seamos amigos de la tierra”... porque la alternativa es la propia extinción como especie. Al momento de escribir esta reseña, no está claro si el tema es un posible “single”, ojalá de alguna manera lo sea porque es ideal.

A esta altura del disco es notoria y muy interesante la ambigüedad de puntos de vista que maneja Hogarth en sus letras, donde a la acostumbrada riqueza de imágenes y su inherente sensibilidad, se permite -y nos permite- disfrutar de varios niveles de sentido de forma muchísimo más pulida que en discos anteriores. Aquí hay un trabajo reflexivo donde muchos de los temas referencian a otros en frases concretas, profundizando sentidos e impresiones que redondean un mensaje general pleno de sencillez, lleno de matices y a la vez directo.

“Only a Kiss” funciona como una introducción a “Murder Machines”, que es el “single” del disco. En una canción que tiene sutiles ecos de “Power” (aquel otro single de Sounds That Can’t Be Made), Marillion brinda una de sus canciones “cortas” más logradas de los últimos tiempos, de la mano de un desarrollo melódico atrapante y uno de sus mejores estribillos, tanto en lo musical como en lo lírico. Nuevamente Hogarth describe el par de años que hemos pasado con la pandemia y los riesgos que ésta impuso en todo el mundo, con poesía pero sin vueltas, mientras entona apasionadamente “I put my arms around her and I killed her with love” (Puse mis brazos alrededor de ella y la maté con amor). Si bien aquí puede haber más de una interpretación, para todos quienes perdieron un ser querido en estos años, solo hay un significado. Steve Rothery realiza un gran trabajo, eligiendo comandar el tema a través de una línea melódica que en el estribillo se despega del tema principal con un contrapunto arriesgado que incomoda en las dos primeras pasadas, para resolverse en el final de la canción de forma magistral a través de un solo. Touché maestro.

"The Crow and the Nightingale" abre la que sería la “segunda mitad” del disco. Aquí se nota claramente la influencia que tuvo el trabajo con In Praise of Folly en el anterior álbum de versiones orquestadas. A ellos, se suma de forma protagónica el Choir Noir comandado por Kat Marsh, con unos arreglos de voz exquisitos.

La letra es, según Hogarth, un homenaje a Leonard Cohen, de quien lamentablemente he escuchado poco y nada por lo que no puedo hacer comparaciones. Dicho esto, si bien también puede interpretarse una relación con la fábula, sus imágenes llenas de poesía y altamente evocativas dejan entrever que no hay envidia en él sino una dedicatoria emocionada y humilde donde canta “No puedo volar pero abriré mi áspero pico graznando al cielo, el cuervo y el ruiseñor… …Pero a una azotea puedo ir, a gritar por encima de los pájaros, añadiendo mi aburrido brillo a tus brillantes palabras” (I can’t fly but I’ll open my rough beak, squawk at the sky, the crow and the nightingale... ...But a rooftop I can go, to scream above the birds adding my dull sheen to your brilliant words").

En lo musical, más allá de que se pueden hacer paralelos con “When I Meet God”, “Man of a 1000 Faces” o incluso “Neverland”, la banda entra en un terreno realmente inédito, logrando una emoción enorme en el oyente a través de la música que va en un in crescendo imparable desde el comienzo del tema y, cuando parece que va a ir a otro lado, sigue creciendo. Es un tema de una sencillez enorme pero construido con mil capas, matices y sutilezas, que evocan el dramatismo y la poesía de los discos clásicos de Scott Walker (3 y 4). Steve Rothery se suma con un precioso solo a ese engranaje que es inédito y brillante. La primera vez que lo escuché, entre lágrimas, sin tener clara la letra, pero superado por la pura emoción de la música pensé “40 años de historia, y siguen superándose a sí mismos”. Simplemente, uno de los mejores temas de toda la carrera de Marillion.



“Sierra Leone” se inicia con una hermosa y delicada melodía de Steve Rothery que se va tejiendo con cierto minimalismo hacia un crescendo en la primera sección, donde Steve Hogarth cuenta la historia de uno de tantos trabajadores que hacen su diaria labor en condiciones de extrema pobreza en ese país (Sierra Leona). Al encontrar un diamante que le augura futuras riquezas y prosperidad, que le traerá libertad, decide quedárselo, hechizado por su belleza. La respuesta al por qué lo hace, quizá se encuentre en unas líneas de “Care”: “Encontré la libertad en un diamante que no cambiaría, ni siquiera por el cielo… …Gracias por hacerme vivir de verdad, de verdad, en una vida donde el lujo era a veces, sobrevivir” (Found freedom in a diamond I won’t trade, not even for heaven... ... Thank you for making me truly, truly alive in a life where luxury was sometimes, to survive).

Musicalmente, el tema sigue su desarrollo donde Kelly y el guitarrista se alternan el protagonismo, con el “I won’t sell this diamond” (No venderé este diamante) como un mantra que se va repitiendo y justificando la postura del personaje protagonista. Se podría decir que es un tema “típico” de Marillion de esos donde muchas veces la belleza de la música contrasta con la tristeza de su letra. Más allá de que su temática puede ser la menos relacionada con el concepto general del disco, el mayor inconveniente es que está entre “The Crow…” y “Care”; en un disco donde todos los temas salen de lo común, este es el más “tradicional” para lo que es la banda.

“Care” es donde todos los temas y motivos del disco confluyen líricamente y musicalmente. Partiendo de cierto “realismo noir” en “Maintenance Drugs”, con un marcado tono funk -que da para un muy interesante despliegue de Pete Trewavas y Steve Rothery, incluso se escucha una percusión que debe ser de Luis Jardim, otro invitado-, Marillion recuerda en todo sentido al Magic and Loss de Lou Reed, para relatar el proceso de quimioterapia de un amigo de Steve Hogarth que sirve como una brillante reflexión sobre el tiempo, la vida y la muerte. La segunda sección de la canción es la que da nombre al disco y donde esta idea de Hogarth se hace más clara: ¿qué es lo que pensamos una hora antes de morir? Del funk pasamos al jazz gracias al protagonismo de Ian Mosley que, con el swing que lo caracteriza, sostiene unos delicados arpegios de Rothery. En la sección siguiente el protagonismo es todo del guitarrista, con un solo de impronta floydiana, hasta que llegamos al momento donde Steve Hogarth canta "Y mientras te desvelaba, te diste cuenta de que me querías lo suficiente como para dejarme para siempre" (And as I unpeeled you, you realize you loved me enough to leave me forever) y comienza la última sección, “Angels on Earth”.

Hay algo catártico aquí, algo profundo, que hace que por lo menos para mí sea imposible no emocionarme cada vez que escucho este tema. Conocí a Marillion con Fugazi y la banda en todo este tiempo me ha emocionado muchas y repetidas veces. Pero creo que ningún tema de la banda me provocó hasta ahora la emoción que me provoca “Care”. Escuchándolo, y pensando en el por qué, no puedo dejar de encontrar y de remitirme al final de Fugazi donde en 1983 Fish se preguntaba “¿Dónde están los profetas? ¿Dónde están los visionarios? ¿Dónde están los poetas?". Casi 40 años después, otra banda completamente distinta que “casualmente” tiene el mismo nombre encontró una respuesta probable sin buscarla: con el pulso de la evocativa batería de Ian Mosley, Marillion construye un crescendo más, donde Steve Hogarth canta: “Los ángeles de este mundo no están en las paredes de las iglesias, los héroes de este mundo no están en el salón de la fama… …los ángeles de este mundo no están plasmados en bronce o piedra, los ángeles de este mundo trabajando mientras nosotros estamos durmiendo" (The angels in this world are not in the walls of churches, the heroes in this world are not in the hall of fame… …the angels in this world are not rendered in bronze or stone, the heroes in this world, working while we’re all sleeping). La letra es más larga y este es un pálido resumen, pero no hace falta explicar que la banda nos está diciendo: los héroes de este mundo son los que nos vinieron cuidando, exponiendo sus vidas, mirando a la muerte a la cara en todos los sistemas de salud del mundo. Retomando también la línea de “Murder Machines” “Ella puso sus brazos alrededor mío” (She put her arms around me), dándole otro sentido más, Marillion cierra “Care” y su último disco a pura emoción. Es imposible no terminar llorando. Y el disco es aún mejor por ello.

Mucho se puede decir de todos los miembros de Marillion y su performance en An Hour Before It's Dark uno de los más “uptempo” como a ellos mismos les ha gustado definirlo. Si bien al igual que en los dos discos anteriores Mark Kelly continúa siendo la columna vertebral sobre la que se construyen los temas de la banda con su enorme despliegue de melodías y climas, Steve Rothery es más que un contrapunto a su trabajo, llevando su desarrollo melódico y tímbrico a otra escala, buscando siempre el camino más original y menos transitado. A ellos se suma un trabajo de la base rítmica realmente remarcable, tanto Trewavas como Mosley superan lo hecho en discos previos, brindando un trabajo maravilloso. Al contrario de F.E.A.R. y Sounds That Can’t Be Made, que podían parecer más desbalanceados, este es un disco donde todos brillan y le dan espacio al otro para brillar, con la sapiencia -y no el lastre- de 40 años de trayectoria. Ese “darle una vuelta a lo conocido” que separa a los clásicos de otros grandes trabajos de mucha calidad.


En este siglo, los problemas lamentablemente no se modificaron demasiado: el miedo a una guerra, el cambio climático, las Murder Machines cambiaron pero siguen estando… la respuesta sigue siendo la misma: Care es cuidar, pero también es que te importe, es comprometerse, es apostar por el otro. Marillion redondea su último disco con otro tema destinado a convertirse en un clásico enorme en su discografía y sus shows en vivo. An Hour Before It’s Dark es un álbum que probablemente se transformará en el Dark Side of the Moon de Marillion (sería bueno que tuviera el éxito de aquel) en cuanto a que es un retrato sensible y preocupado de nuestro tiempo. A diferencia del de Pink Floyd podríamos decir que es más optimista de lo que debiera, dadas las circunstancias.

Durante toda su carrera Marillion ha debido de cargar con varios lastres y etiquetas injustos: “copia de Genesis”, “el nuevo vocalista”, “pretenciosos y aburridos”, “no son suficientemente progresivos”, “en lugar de un doble hubieran sacado un disco solo” y otras similares. Con todo lo dicho ¿es necesario repetir que se cuentan con los dedos de la mano las bandas y los artistas que pueden sacar discos significativos no una, sino varias veces en su trayectoria a esta altura de sus carreras?

Fieles a sus tiempos, sus inquietudes y su particular forma de componer canciones en base a rescatar las mejores secciones de infinitas jams para ello y teniendo en Steve Hogarth a un observador agudo y sensible de la realidad, han logrado con An Hour Before It’s Dark un disco definitorio que no solo está a la altura de los mejores de su carrera sino que, aunque habla directo y de frente a nuestro tiempo como lo hicieron tantos clásicos antes de él, su humanismo a flor de piel nos asegura que seguirá vigente por muchos muchos años más, más allá de la noche y el olvido.



Artículo de Pablo Buján ©
Fotos por Anne-Marie Forker
Gracias a Lucy Jordache, Mark Kennedy, Carlos McDonagh y Jorge Bourdieu

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